
¿Renunciará Román o habrá que empujarlo?

Román Cepeda dudó en ir a Saltillo. No por falta de gasolina, sino por falta de autoridad. Pero fue. Tenía una cita a las 8:00 a.m. en el Palacio Rosa con el gobernador Manolo Jiménez. Nadie lo confirmó oficialmente, nadie lo vio llegar, pero el propio Ganem lo mencionó en Cabildo y, en Saltillo, un diputado aseguró haberlo visto. El mismo lugar donde, meses atrás, se le vio —no sin regaños ni reservas— la bendición para seguir como alcalde de Torreón. En aquella ocasión, no se habló de inseguridad. Hoy, no se puede hablar de otra cosa.
Mientras allá se servía café institucional con promesas de coordinación,
acá en Torreón el caldo hervía solo: paro de policías, acusaciones de abuso, hostigamiento… Y una ciudad que amaneció con más incertidumbre que vigilancia.
Un grupo de policías municipales se fue a paro este lunes. Exigen lo mismo de siempre: la destitución de mandos.Una secuela directa del pleito político entre Estado y Municipio. Un pleito que olvida —con preocupante soltura— la sangre que pagó La Laguna hace poco más de una década,
cuando se politizó la seguridad y el resultado fue letal.
No es una advertencia menor: costó años de trabajo —de esfuerzos civiles y gubernamentales—
transformar a La Laguna de la ciudad más violenta del país a una de las más seguras, menos de diez años después.Hoy, esa conquista está en riesgo. Y la disputa política amenaza con echar todo por la borda.
Cepeda tuvo su comparecencia —que llamó «invitación«— ante la Comisión de Seguridad del Congreso a las 5:00 p.m., acompañado por su habitual séquito de funcionarios, los “massinembargos”. Pero, lo relevante ocurrió en la mañana, en una junta de emergencia para contener el deterioro político de su administración. Más tarde, nervioso Cepeda aseguró que acudió por voluntad propia y afirmó que todo está en orden, que hay coordinación y que solo el Municipio puede encargarse de la seguridad.
Un mensaje que no empata ni con lo dicho horas antes en Saltillo,ni con la Torreón que arde en las calles.
La inseguridad no es solo operativa. Es un virus que corroe legitimidad, pudre confianza ciudadana y desarma cualquier discurso de progreso. Y en Torreón, el sistema inmune institucional hace tiempo que dejó de producir anticuerpos.
Desde septiembre, Román Cepeda decidió jugar al llanero solitario: creó su propio Grupo de Reacción Torreón (GRT), en abierta confrontación con el modelo estatal.
Lo que quiso venderse como unidad de élite, terminó convertido en símbolo de ruptura y debilidad.
El GRT, en vez de blindaje, abrió grietas.
Pero este desorden no nació con Cepeda.
Eduardo Olmos Castro ya había dejado su firma en la debacle de 2010, cuando una huelga de policías —vinculados al crimen organizado— convirtió a Torreón en tierra de nadie.En ese entonces, algunos agentes ganaban más simulando que vendían pollo asado frente a la vieja Presidencia. Surrealismo institucional versión mexicana.
Aunque, si buscamos paralelos, Cepeda no se parece tanto a Olmos como a José Ángel Pérez en 2008.
Durante su trienio panista, un enfrentamiento entre policías municipales y fuerzas federales dejó un muerto y 35 detenidos.La relación entre el panista Pérez y el gobernadopriista Humberto Moreira pasó de luna de hiel a divorcio sin pensión en tiempo récord.
Mientras Humberto enviaba refuerzos a regañadientes, Rubén Moreira dotaba de Suburbans y escoltas a Olmos, porque se enfrentaban abiertamente a los Zetas.
Hoy, ese eco retumba de nuevo en Torreón: sin un narco dominante, pero con una fractura política que ya nadie disimula.
Algunos creen que el tema de seguridad será el caballo de Troya para el gobierno de Manolo Jiménez.
Otros, más escépticos, piensan que todo seguirá igual… pero con mejores boletines y fotos más pulidas.“Carajo”, dicen algunos, “uno esperaría que Manolo pusiera orden, no que solo pose para el boletín”.
Y entonces llega la pregunta inevitable ¿Quién gobierna realmente Torreón?
Román Cepeda parece haber perdido el control.Manolo Jiménez administra la crisis desde Saltillo.
Y la ciudadanía… bueno, la ciudadanía sigue preguntándose si en la próxima entrega de esta tragicomedia al menos repartirán palomitas.
Ya en pleno 2025, otro grupo de policías alza la voz.Suspendieron labores y exigen, otra vez, condiciones dignas, mandos menos abusivos, y que el uniforme no siga siendo sinónimo de servidumbre ni precariedad.
¿La respuesta del Ayuntamiento? Sacaron del archivo a un viejo conocido: Pepé Ganem, como “conciliador”.parecía más bien gerente de cantina enfrentando a un cliente borracho.
Y para rematar, la síndica Natalia Fernández fue corrida a empujones, repudiada por los propios policías.
Una escena digna de telenovela… pero de las malas ante el tesorero —quien solo solo levantó las manos para presenciar una expulsión vergonzosa.
Desde Saltillo, Cepeda decía “estar a la espera”, pero ya comenzaba a deslindarse de su jefe policial, César Perales, a tal punto que los mismos elementos eligieron interinamente a Manuel Pineda como nuevo mando. Lo advertimos desde el caso de Nuevo Mieleras: Perales era el eslabón más débil. Y ahora, el misterio del día: ¿dónde está el director de Policía? Nadie sabe. Dicen que está ausente, pero no aclaran si se escapó, si lo escondieron o si simplemente desapareció.
El caos narrativo se suma a las cifras de percepción: que si subió del 30 al 40%, que si es pura percepción…
Lo cierto es que hay dos versiones, ninguna certeza, y la seguridad convertida en moneda política.
En la DSPM esperaban Suburbans listas para tomar el control. con mandos estatales como “Jaguar” y “Lince” ya se desplegaban en la ciudad.
La señal era clara: el sistema de seguridad en Torreón está roto.
Y el modelo vertical de mando —ese que se basa más en favores que en estrategia—
se tambalea como patrulla sin frenos, de esas que pagan los propios agentes.
¿Aprendimos algo de los años oscuros o seguimos gobernando con el mismo manual, lleno de tachaduras, sospechas y moho?
¿Será este el camino para que Román Cepeda termine como Mariano López Mercado, aquel alcalde que no resistió ni la presión social ni el peso de sus propios errores?
Porque si Román no pide licencia o renuncia pronto, lo que viene es un juicio político más que justificado: corrupción, desvío de recursos, un muerto (Rolando Medina), nepotismo… y un largo etcétera que ya no cabe ni en los boletines oficiales —esos que llegan con fe de erratas incluida.
Porque si la historia se repite, no es culpa del destino…
Es que nos encanta votar por los mismos guionistas, aunque ya sepamos en qué termina la película.