
Más de 800 muertos en Afganistán: un país bajo los escombros

Un terremoto de magnitud 6.0 sacudió el este de Afganistán en la madrugada del 31 de agosto de 2025 (23:47 hora local), golpeando con especial fuerza las provincias de Kunar y Nangarhar, muy cerca de la frontera con Pakistán.
Las cifras más confiables apuntan a al menos 812 personas fallecidas y alrededor de 2,800 a 2,900 heridas, además de graves daños materiales.
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Territorio y epicentro
El foco sísmico se ubicó en el distrito de Kuz Kunar, provincia de Nangarhar, apenas a unos 27 km del este-noreste de Jalalabad, penetrando unos 8 km bajo tierra.
El temblor alcanzó intensidades de Mercalli entre VII‑VIII (Muy fuerte–Severa) en la zona epicentral, VI en Jalalabad y IV en Kabul y ciudades como Peshawar.
Réplicas notables incluyeron dos de magnitud 5.2 y una de 4.5, que empeoraron la desolación —algunas zonas ya estaban afectadas por lluvias intensas—, provocando deslizamientos y bloqueos en el terreno montañoso.
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Destrucción y dificultades en el rescate
Aldeas enteras, mayormente construidas con barro, se han reducido a escombros, dejando comunidades enteras atrapadas y caminos bloqueados. En ciertos pueblos, el 90 % de los habitantes se teme que hayan muerto o resultado heridos.
Las operaciones de búsqueda y auxilio se ven entorpecidas por el terreno abrupto, las lluvias recientes y las malas comunicaciones. El acceso a zonas remotas sigue siendo extremadamente difícil.
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Respuesta de las autoridades e intervención externa
El gobierno talibán ha solicitado ayuda internacional urgente. A pesar de las restricciones en recursos y el recorte de fondos externos, se han movilizado equipos médicos, militares y voluntarios. Helicópteros han evacuado a cientos.
India ha enviado 1,000 tiendas de campaña y 15 toneladas de alimentos; China se ha ofrecido a ayudar dentro de sus posibilidades; la ONU se está poniendo en marcha para intervenir; el Papa también ha enviado mensajes de pésame.
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Un desastre olvidado… esta vez
El sismo ocurre en medio de una crisis humanitaria prolongada. Reducción drástica de fondos internacionales, políticas que restringen la labor de mujeres en la ayuda y la geografía vulnerable del país hacen de esta tragedia una herida abierta que corre el riesgo de pasarse por alto.