El fuego de la impunidad que consume a Torreón

Torreón está en llamas. No por el brillo de su progreso ni por el desarrollo que tanto presumen las encuestas a modo, sino por el fuego de la impunidad que arde sin control en las entrañas de su administración municipal. Este fin de semana, el caos volvió a reinar en la Avenida Morelos, particularmente en el bar La Mexa, donde una riña dejó varios heridos. A esto se suma el trágico atropellamiento y muerte de una mujer a manos de un taxista ebrio en una vialidad principal. Mientras tanto, las redes sociales hicieron lo que las autoridades prefieren ignorar: exponer la realidad.

Una pelea, varios lesionados, un detenido y, como burla a la inteligencia ciudadana, la clausura simbólica de dos bares. Este teatro se desarrolla bajo la sombra de un sistema que opera al ritmo de favores, amistades e intereses personales. Las «acciones contundentes» de las que presumen los funcionarios no son más que reacciones a la presión social y al miedo de perder el control de una narrativa oficial que se desmorona.

El caso de Pablo Fernández Llamas, director de Inspección y Verificación, es un ejemplo claro. Mientras Torreón se desmorona, él brilla por su ausencia en los operativos nocturnos. Su teléfono, más un accesorio que una herramienta, parece apagarse después de las 11 de la noche, salvo cuando lo usa para atender, tardíamente, llamadas de empresarios influyentes. No cualquiera tiene el privilegio de contar con su respaldo, reservado para nombres de peso como los Centeno, quienes parecen inmunes a las normas que sí se aplican con dureza a los ciudadanos comunes.

Las clausuras, cuando se dan, son solo un gesto simbólico. El tiempo basta para que todo vuelva a la normalidad: los negocios reabren, las irregularidades se perpetúan y los problemas se ignoran. Otros bares vecinos a La Mexa prefieren el silencio, temerosos de represalias. Así es como opera la impunidad: no con violencia directa, sino con el peso del miedo y la complicidad institucional.

En las reuniones de seguridad municipal tampoco se vislumbra esperanza. El alcalde Román Alberto Cepeda, al igual que su director de inspección, brilla por su ausencia. Mientras tanto, su equipo presume detenciones menores —un par de ladrones de casas y locales— como si eso fuera suficiente para justificar la falta de estrategia ante problemas más graves: atropellamientos por conductores ebrios, riñas en la vía pública y una creciente sensación de inseguridad.

Torreón no está en el «top de buena seguridad» como aseguran las encuestas manipuladas; está en el top de la simulación. Es tiempo de que los ciudadanos, hartos del cinismo y las complicidades, exijan el mínimo indispensable: que las autoridades cumplan con su trabajo y garanticen que todos, sin distinción de apellidos, estén sujetos a la misma ley.

Con el inicio de la Cuaresma, mañana veremos la penitencia de 40 días para los políticos de Torreón. Desde el alcalde Román Alberto Cepeda, pasando por el secretario «en trámite» Pepe Ganem, el fragmentado director de Comunicación Social Yohán Uribe, el eximpoluto jefe de Vialidad “armada” Luis Morales, el tesorero Óscar Luján, y la síndica, “querida socia” de Natalia Fernández, todos tendrán que cargar sus propias cruces. En una ciudad donde la impunidad es el pan de cada día, la vigilia será más que un periodo de reflexión: un recordatorio de los pecados que deben redimir ante los ciudadanos. La verdadera pregunta es si serán capaces de enmendar el camino o seguirán simulando hasta llegar al viacrucis político.

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