
El lujo de la opacidad, sueldos elevados y resultados inexistentes

En la Torreón de hoy, donde la administración pública navega entre críticas y una indiferencia que sería envidiada por cualquier político, el presidente del cabildo, Román Alberto Cepeda, sigue siendo un imán para los reflectores, y no precisamente por sus éxitos. En el ojo del huracán, su nombre suena más que nunca, gracias a los recientes informes de Regidor MX, que evidencian algo que todos en la ciudad ya sospechábamos: la desconexión alarmante entre su sueldo de más de 91 mil pesos al mes y su rendimiento.
Es como si Cepeda estuviera jugando al escondite con la ciudad: no está, pero nos sigue costando. Un vistazo al tabulador oficial de remuneración de los servidores públicos del municipio y las cifras saltan a la vista como una mala broma: 79,022.62 pesos en noviembre, 81,786.85 en octubre, y ¡oh, sorpresa! 98,372.23 en diciembre. ¿Alguien se pregunta si ese aumento salarial tiene algo que ver con la magnitud de su trabajo?
El contraste no puede ser más brutal. Mientras su salario crece, la ciudad se estanca, como una caseta de policía en desuso, y su gestión parece más un desfile de ausencias que una administración de resultados. Claro, Cepeda está en todas partes… pero menos en Torreón. Pues desaparecen tan rápido como sus transmisiones de ruedas de prensa, cuando las preguntas incómodas empiezan a surgir.
Pero no es solo él. Los regidores, esos mismos personajes que deberían estar al frente de la maquinaria que mueve la ciudad, también han optado por la comodidad de los grandes sueldos sin el esfuerzo necesario, al menos los que cobraron hasta diciembre del año pasado. El compromiso con el progreso de Torreón brilla por su ausencia, y las pocas propuestas que existen parecen más bien hechas con el piloto automático activado. ¿La ciudad tiene problemas urgentes? Claro, pero parece que para los ediles esos problemas fueron solo números en una hoja de Excel.
Lo que más duele, sin embargo, es la opacidad que persiste, pues el área de Transparencia fue absorbida sin que casi nadie se diera cuenta por la Jefatura de Gabinete, en lo que ellos llaman un «intento» de optimizar el gasto público. Esta maniobra no ha hecho más que sembrar dudas. Claro, la fusión de dependencias suena bien en teoría, pero en la práctica parece más una movida política para consolidar poder. ¿Quién controla qué? Nadie lo sabe, y cuando nadie sabe qué está pasando, las sospechas florecen.
Y, como si no tuviéramos suficientes problemas, esta Jefatura de Gabinete se ha convertido en una especie de oficina de lujo que opera desde el cuarto piso de la presidencia, con oficinas remodeladas a gusto del nuevo titular, Ariel Martínez, después de haber sido «reubicado» del séptimo piso. Dicen que Ariel se ha encargado de ponerle su sello personal a la decoración, al igual que lo hizo con la casa que adquirió en Viñedos a solo siete meses de haber comenzado la administración pasada, cuando era un simple secretario. ¿Para qué gastar dinero en un ajuste de poder real cuando se puede gastar en el ajuste de la oficina? A veces parece que los intereses de esta administración son más personales que públicos, lo cual no es una sorpresa si se piensa en cómo las nuevas decisiones del gabinete tienen más que ver con la comodidad de los involucrados que con el bienestar de los torreoneses.
Por cierto, los malpensados dicen que Ariel intenta poner color a su figura desde el área de Desarrollo Institucional, donde opera hoy. Desde ahí, manda instalar los toldos del Paseo Colón y poner los fríos caterings que ofrece el alcalde, además de intentar influir en la agenda de los columnistas de Saltillo con chismes viejos para distraer la crítica hacia la administración de su jefe.
Al final, más allá de los salarios y las remodelaciones, el verdadero problema sigue siendo el mismo: la desconexión de la política local con las necesidades de la ciudadanía. Los torreoneses merecen más que estos ajustes superficiales y aumentos salariales injustificados. Es hora de replantear no solo los sueldos, sino también las prioridades de quienes gobiernan esta ciudad.
Quizás la pregunta más pertinente sea: ¿seguiremos soportando esta desconexión o, finalmente, exigiremos que nuestros servidores públicos dejen de hacerse un «selfie» con los problemas y se pongan a resolverlos?