Dos gobiernos, cero estrategia: el espejismo de seguridad en La Laguna

Tres ciudades, dos estados…Himno oficial del Club Santos Laguna

Una frase que nació para unir a Torreón, Gómez Palacio y Lerdo, y que hoy suena como burla.
Porque la comarca ya no se une: se separa, se blinda y se aísla.
No por el río Nazas, sino por sus gobiernos.

La mañana del 7 de octubre de 2025, La Laguna amaneció partida en dos.
El vado del Puente Solidaridad, en la Puerta Amarilla, fue cerrado por decisión del Ayuntamiento de Torreón “por motivos de seguridad”.
El alcalde torreonense Román Alberto Cepeda González aseguró que la medida era necesaria para “blindar la zona metropolitana” tras los ataques ocurridos en Gómez Palacio.
Esta acción se dio después de una reunión de seguridad con mandos militares y el fiscal de Coahuila.
Pero el blindaje terminó pareciendo una muralla: Torreón decidió segregar a su vecina antes que coordinarse con ella.

Porque cuando los gobiernos no saben qué hacer, su primera reacción no es cooperar, sino cerrar el paso.


Del otro lado del río, la alcaldesa Betzabé Martínez Arango prefirió pasar la responsabilidad al gobierno federal de Omar García Harfuch y al estatal de Esteban Villegas Villarreal.
Dejó que el gobierno de Durango hablara por ella con el tardío Operativo Dragón, otro intento de mostrar fuerza sin resolver nada.
Prometieron “control total”, pero los ciudadanos solo vieron más filtros, más sirenas y más tráfico.
Dos gobiernos distintos, un mismo reflejo: la improvisación como estrategia y la prisa como protocolo.

Mientras los automovilistas esperaban bajo el sol para cruzar el puente, en la radio sonaba:
Tres ciudades, dos estados…
Y la ironía se conducía sola.


La Ley General de Movilidad y Seguridad Vial reconoce la movilidad como un derecho humano;
la Ley General del Sistema Nacional de Seguridad Pública ordena la coordinación entre gobiernos.
Ambas se violan en silencio.
En La Laguna, “coordinación” significa conferencias separadas, comunicados cruzados y reuniones sin acuerdos.
Mientras las leyes hablan de movilidad, los gobiernos responden con retenes.

Cuando falla la inteligencia, sobran los retenes.
Cuando falta planeación, sobran los discursos.
Y cuando la incompetencia se vuelve rutina, le llaman estrategia.

Según el INEGI, la percepción de inseguridad en la zona metropolitana subió de 32.5 % en 2024 a 42.5 % en 2025.
No es percepción. Es evidencia.
La gente ya no se siente protegida por los operativos, sino castigada por ellos.


Desde la pandemia, cuando se restringieron accesos bajo el argumento de “seguridad sanitaria”, la infraestructura metropolitana se redujo a trincheras.
Los canales de comunicación institucional quedaron fracturados.
Y lo que no se reconstruyó, se maquilló con patrullas nuevas, cámaras en desuso y discursos reciclados.

Mientras tanto, el Consejo Lagunero de la Iniciativa Privada (CLIP) emitió un pronunciamiento tibio.
Su presidente, Jorge Reyes Casas, declaró a El Siglo de Torreón que “cerrar fronteras entre municipios no puede ser la solución a la inseguridad”.
Tenía razón, pero lo dijo con el tono de quien se disculpa por opinar.
El reclamo se perdió entre comunicados y silencios.


La verdadera frontera no está entre Coahuila y Durango, sino entre los que pueden esperar cómodos y los que no tienen opción más que cruzar el puente.

Las organizaciones civiles exigieron coordinación metropolitana.
Pidieron diálogo, no bloqueos; cooperación, no poses.
Pero mientras Durango desempolva su “Dragón” y Coahuila presume su “modelo ejemplar”, los ciudadanos siguen atrapados entre retenes, reportes y conferencias de prensa.

El Puente Solidaridad —nombre que hoy suena a sarcasmo— terminó convertido en símbolo de la segregación institucional:
un muro disfrazado de operativo, una frontera hecha de desconfianza y ego político.


El himno del Santos Laguna dice:
Tres ciudades, dos estados…

Pero la versión política suena así:
Dos gobiernos, cero coordinación.

El alcalde Román Cepeda levantó una frontera donde debía haber cooperación.
Y la alcaldesa Betzabé Martínez, ausente y desdibujada, se conforma con que el problema lo “solucione” el priista Esteban Villegas Villarreal, más preocupado por la foto que por la región.

Ambos gobiernan con reflejos electorales, no con visión metropolitana.
Y en ese vacío, los ciudadanos pagan el precio: menos movilidad, más miedo, más muros.

La región que presume ser “guerrera” hoy se rinde ante su propio laberinto de poder.
Tres ciudades, dos estados… y un muro invisible que separa la promesa del orgullo.

Porque en La Laguna, los himnos unen más que los gobiernos.el puente, en la radio sonaba:
Tres ciudades, dos estados…
Y la ironía se conducía sola.

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