
Y al final… le dejaron el paraguas roto»

Esta semana en Coahuila se despejaron las dudas que muchos ya intuían: Ricardo Mejía Berdeja dejó de ser el político intocable que Morena alguna vez presumió. Tras la denuncia formal del panista—casi priista—Gerardo Aguado ante la FGR, en la que lo vincula con presuntos nexos al crimen organizado, Mejía pasó de “enviado del Presidente” a estorbo incómodo. Y lo peor: quedó solo.
Desde Saltillo, el morenista Alberto Hurtado, representante del ala guadianista, no se anduvo con rodeos:
“Mejía traicionó a Morena. Que se defienda solo. El PT no es la 4T”.
Por el otro flanco, en el grupo afín a los Salazar-Attolini, la respuesta fue igual de fría. Antonio Attolini, sin ganas de enredarse, se limitó a lavarse las manos:
“No me toca a mí. Que sea él quien aclare”.
Una omisión que grita más que cualquier defensa.
Intentando salvar la cara, Mejía convocó una conferencia de prensa desde San Lázaro. Con voz firme —y un video claramente editado para que no tropezara con el guion— afirmó:
“No tengo nada que ocultar. Mi hoja de servicios está limpia y al servicio del pueblo”.
“Perseguí delincuentes, no ciudadanos”, dijo, al referirse a su fugaz paso por la Subsecretaría de Seguridad.
Pero el momento más surrealista vino cuando —sin que nadie lo pidiera— se autodestapó como candidato a la gubernatura de Coahuila… ¡a cuatro años de distancia! Según él, las acusaciones son parte de una “guerra sucia” orquestada por sus “rivales”, porque “ya lo ven como amenaza”. Así, solito, se echó flores frente a las cámaras.
Lo tragicómico fue que, para que el video pudiera circular en redes, tuvo que ser editado para que hablara de corrido.
Por si faltaba algo, el dirigente estatal de Morena, Diego del Bosque, intentó un respaldo tibio y matizado:
“Tuvimos diferencias, pero puedo respaldar su trabajo mientras fue subsecretario”.
El mismo Diego que en 2022 lo presumía como el enviado presidencial y en 2023 lo desconocía públicamente por “usar el nombre del Presidente sin autorización”. Todo muy coherente.
Y mientras Mejía buscaba abrazos políticos, Attolini terminó dándole otro portazo, dedicando su lealtad exclusivamente a López Obrador:
“La estrategia de seguridad del presidente funcionó y puedo defenderlo frente a quien diga lo contrario”.
¿El Presidente? Sí. ¿Mejía? Claramente no.
Hoy, el “reencuentro” que Mejía había presumido con Morena Coahuila quedó reducido a una foto de archivo. Ya no representa al movimiento, ni al partido, ni a nadie más que a sí mismo. Plurinominal, con fuero, sin base. Lo único que le queda es su alianza con la CATEM, que encabeza su paisano Miguel Batarse, con la cual sigue operando entre sindicatos, obras y contratos. Porque si de algo se trata, es de mantener la chequera activa.
Y mientras repite como disco rayado que todo es persecución política, la verdad es más cruda: Mejía carga con el desgaste de su propia ambición, la falta de credibilidad y una soledad que ya ni su partido quiere maquillar. En Coahuila, la política es sucia, sí, pero tiene memoria. Y Mejía ya huele a archivo muerto.
Ah, y por si fuera poco, trascendió que le dolió —y mucho— el reciente decomiso de minicasinos en Torreón. ¿Por qué será? ¿Coincidencia… o casualidad selectiva? Que Esta semana en Coahuila se despejaron las dudas que muchos ya intuían:
Ricardo Mejía Berdeja dejó de ser el político intocable que Morena alguna vez presumió. Tras la denuncia formal del panista —casi priista— Gerardo Aguado ante la FGR, en la que lo vincula con presuntos nexos al crimen organizado, Mejía pasó de “enviado del Presidente” a estorbo incómodo.
Y lo peor: quedó solo.
Desde Saltillo, el morenista Alberto Hurtado, representante del ala guadianista, no se anduvo con rodeos:
“Mejía traicionó a Morena. Que se defienda solo. El PT no es la 4T.”
Por el otro flanco, en el grupo afín a los Salazar-Attolini, la respuesta fue igual de fría. Antonio Attolini, sin ganas de enredarse, se limitó a lavarse las manos:
“No me toca a mí. Que sea él quien aclare.”
Una omisión que grita más que cualquier defensa.
Intentando salvar la cara, Mejía convocó una conferencia de prensa desde San Lázaro. Con voz firme —y un video claramente editado para que no tropezara con el guion— afirmó:
“No tengo nada que ocultar. Mi hoja de servicios está limpia y al servicio del pueblo.”
“Perseguí delincuentes, no ciudadanos”, dijo, al referirse a su fugaz paso por la Subsecretaría de Seguridad.
Pero el momento más surrealista vino cuando —sin que nadie lo pidiera— se autodestapó como candidato a la gubernatura de Coahuila… ¡a cuatro años de distancia!
Según él, las acusaciones son parte de una “guerra sucia” orquestada por sus “rivales”, porque “ya lo ven como amenaza”.
Así, solito, se echó flores frente a las cámaras.
Lo tragicómico fue que, para que el video circulara en redes, tuvo que ser editado para que hablara de corrido.
Por si faltaba algo, el dirigente estatal de Morena, Diego del Bosque, intentó un respaldo tibio y matizado:
“Tuvimos diferencias, pero puedo respaldar su trabajo mientras fue subsecretario.”
El mismo Diego que en 2022 lo presumía como el enviado presidencial y en 2023 lo desconocía públicamente por “usar el nombre del Presidente sin autorización”.
Todo muy coherente.
Y mientras Mejía buscaba abrazos políticos, Attolini terminó dándole otro portazo, dedicando su lealtad exclusivamente a López Obrador:
“La estrategia de seguridad del presidente funcionó y puedo defenderlo frente a quien diga lo contrario.”
¿El Presidente? Sí.
¿Mejía? Claramente no.
Hoy, el “reencuentro” que Mejía había presumido con Morena Coahuila quedó reducido a una foto de archivo. Ya no representa al movimiento, ni al partido, ni a nadie más que a sí mismo.
Plurinominal, con fuero, sin base.
Lo único que le queda es su alianza con la CATEM, que encabeza su paisano Miguel Batarse, con la cual sigue operando entre sindicatos, obras y contratos.
Porque si de algo se trata, es de mantener la chequera activa.
Y mientras repite como disco rayado que todo es persecución política, la verdad es más cruda:
Mejía carga con el desgaste de su propia ambición, la falta de credibilidad y una soledad que ya ni su partido quiere maquillar.
En Coahuila, la política es sucia, sí… pero tiene memoria.
Y Mejía ya huele a archivo muerto.
Ah, y por si fuera poco, trascendió que le dolió —y mucho— el reciente decomiso de minicasinos en Torreón.
¿Por qué será? ¿Coincidencia… o casualidad selectiva?
Que alguien le pase un paraguas… porque ni Esta semana en Coahuila se despejaron las dudas que muchos ya intuían:
Ricardo Mejía Berdeja dejó de ser el político intocable que Morena alguna vez presumió. Tras la denuncia formal del panista —casi priista— Gerardo Aguado ante la FGR, en la que lo vincula con presuntos nexos al crimen organizado, Mejía pasó de “enviado del Presidente” a estorbo incómodo.
Y lo peor: quedó solo.
Desde Saltillo, el morenista Alberto Hurtado, representante del ala guadianista, no se anduvo con rodeos:
“Mejía traicionó a Morena. Que se defienda solo. El PT no es la 4T.”
Por el otro flanco, en el grupo afín a los Salazar-Attolini, la respuesta fue igual de fría. Antonio Attolini, sin ganas de enredarse, se limitó a lavarse las manos:
“No me toca a mí. Que sea él quien aclare.”
Una omisión que grita más que cualquier defensa.
Intentando salvar la cara, Mejía convocó una conferencia de prensa desde San Lázaro. Con voz firme —y un video claramente editado para que no tropezara con el guion— afirmó:
“No tengo nada que ocultar. Mi hoja de servicios está limpia y al servicio del pueblo.”
“Perseguí delincuentes, no ciudadanos”, dijo, al referirse a su fugaz paso por la Subsecretaría de Seguridad.
Pero el momento más surrealista vino cuando —sin que nadie lo pidiera— se autodestapó como candidato a la gubernatura de Coahuila… ¡a cuatro años de distancia!
Según él, las acusaciones son parte de una “guerra sucia” orquestada por sus “rivales”, porque “ya lo ven como amenaza”.
Así, solito, se echó flores frente a las cámaras.
Lo tragicómico fue que, para que el video circulara en redes, tuvo que ser editado para que hablara de corrido.
Por si faltaba algo, el dirigente estatal de Morena, Diego del Bosque, intentó un respaldo tibio y matizado:
“Tuvimos diferencias, pero puedo respaldar su trabajo mientras fue subsecretario.”
El mismo Diego que en 2022 lo presumía como el enviado presidencial y en 2023 lo desconocía públicamente por “usar el nombre del Presidente sin autorización”.
Todo muy coherente.
Y mientras Mejía buscaba abrazos políticos, Attolini terminó dándole otro portazo, dedicando su lealtad exclusivamente a López Obrador:
“La estrategia de seguridad del presidente funcionó y puedo defenderlo frente a quien diga lo contrario.”
¿El Presidente? Sí.
¿Mejía? Claramente no.
Hoy, el “reencuentro” que Mejía había presumido con Morena Coahuila quedó reducido a una foto de archivo. Ya no representa al movimiento, ni al partido, ni a nadie más que a sí mismo.
Plurinominal, con fuero, sin base.
Lo único que le queda es su alianza con la CATEM, que encabeza su paisano Miguel Batarse, con la cual sigue operando entre sindicatos, obras y contratos.
Porque si de algo se trata, es de mantener la chequera activa.
Y mientras repite como disco rayado que todo es persecución política, la verdad es más cruda:
Mejía carga con el desgaste de su propia ambición, la falta de credibilidad y una soledad que ya ni su partido quiere maquillar.
En Coahuila, la política es sucia, sí… pero tiene memoria.
Y Mejía ya huele a archivo muerto.
Ah, y por si fuera poco, trascendió que le dolió —y mucho— el reciente decomiso de minicasinos en Torreón.
¿Por qué será? ¿Coincidencia… o casualidad selectiva?
Que alguien le pase un paraguas… porque ni en Morena lo están pelando.en Morena lo están pelando.alguien le pase un paraguas… porque ni en Morena lo están pelando.
