
Anuel no murió por accidente: murió por omisión de La Escuela es Nuestra

Entre lágrimas, las abuela y bisabuela del pequeño Anuel Esquivel Cruz exigían justicia desde las afueras de la escuela donde se suponía que el menor estaba seguro.
El niño, de apenas seis años, murió dentro de la primaria Cuauhtémoc del ejido San Miguel, en San Pedro, Coahuila, luego de que un tubo metálico de una techumbre en construcción se desplomara y le golpeara la cabeza.
La obra —financiada con recursos del programa federal “La Escuela es Nuestra”— se realizaba sin supervisión técnica ni permisos del ICIFED o de la Secretaría de Educación.
Y aunque el director del plantel había advertido que no podían avanzar bajo esas condiciones, nadie escuchó.
Un silencio que hoy pesa más que el acero.
El programa federal presume “autonomía escolar”, pero en realidad delega la responsabilidad en los padres, los convierte en albañiles sin ingenieros, en responsables sin respaldo. “Participación comunitaria” le llaman en los informes; negligencia compartida se llama en la realidad.
El resultado: un niño muerto, una comunidad rota y una obra sellada con cinta amarilla.
El Gobierno Federal presumió haber entregado los recursos, pero nunca garantizó supervisión técnica ni seguridad estructural.
Dejó en manos de los padres lo que debería ser tarea del Estado: proteger la vida dentro de una escuela.
Mientras Veracruz sigue bajo el agua, los servidores federales de Coahuila estaban precisamente allá: lejos de donde se necesitaban.
Como se expuso en la columna de ayer, también este miércoles desde el Golfo publicaban fotos entre lodo y censos con frases como #AmorConAmorSePaga, mientras en el norte del país, la techumbre de una escuela se desplomaba sobre un niño.
El superdelegado del Bienestar en Coahuila, Américo Villarreal Santiago, no hizo ni un post ni una visita relámpago, como lo hizo el martes cuando estuvo en Veracruz., luego viajó a Frontera, Coahuila, para asistir a un acto social junto a su prometida, la Cecy “Heredera” Guadiana, y más tarde regresó a Veracruz para continuar su gira de “apoyo” a las familias afectadas allá.
El miércoles spresumió trabajos arduos, pero en Veracruz, no en Coahuila.
Américo vuela, pero la techumbre cae.
Las publicaciones celebran “cercanía con la gente”, pero en el terreno, los programas se desploman —literalmente— sobre la infancia coahuilense.
En redes, Aida Mata, responsable de la Secretaría del Bienestar en Coahuila, ha estado involucrada en la entrega y supervisión del programa «La Escuela Es Nuestra» también compartió desde Veracruz:
“Aún en las condiciones más adversas se encuentra la belleza de la naturaleza, la bondad y agradecimiento de nuestros hermanos veracruzanos. Seguimos en el #CensoVivienda. #AmorConAmorSePaga”.
Frasesque contrastan con la realidad de San Pedro, donde una madre hoy busca respuestas frente a la tumba de su hijo.
Mientras se exaltan los valores del Bienestar en discursos poéticos, la infraestructura educativa se sostiene con varillas de improvisación y cemento de omisión.
La tragedia de Anuel no fue un accidente: fue el reflejo de un país donde los programas federales llegan antes que los peritos,
y donde la supervisión técnica vale menos que la foto con la banda presidencial.
Padres sin asesoría. Maestros que temen denunciar. Autoridades que confunden austeridad con abandono.
Así se construyen muchas escuelas: con buena fe, pero sin fundamentos.
Anuel no murió por jugar.
Murió porque el Estado decidió que la seguridad era “un asunto comunitario.”
Y mientras el Bienestar Coahuila se administra desde vuelos de promoción,
en San Pedro una familia vela a un niño.
Porque cuando el Bienestar no se aterriza… los sueños se desploman.
