
Chachito y Papayita: memoria lagunera exige justicia

En La Laguna, la vida de los más vulnerables se ha convertido en un espejo del abandono. Dos muertes recientes —la de Sebastián “Chachito” en Gómez Palacio y la de Carlos Gurrola “Papayita” en Torreón— desnudan la ausencia de políticas públicas efectivas y muestran cómo la sociedad lagunera ha tenido que tomar las calles y las redes sociales para hacerse escuchar.
Ambos compartían una condición de vulnerabilidad: uno, adolescente con autismo; el otro, trabajador con discapacidad cognitiva. Y ambos fueron víctimas de entornos que deberían haberlos protegido.
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Chachito: la bala que apagó los 14 años
El 9 de septiembre de 2025, Gómez Palacio quedó marcado. Sebastián, “Chachito”, de 14 años, acudió a la Panadería Durango para pedir trabajo. Su vida terminó ahí mismo: lo retuvieron entre tres y, en medio de un supuesto “juego de ruleta rusa”, recibió un disparo en el pecho.
El adolescente buscaba ayudar a su familia en medio de la precariedad. En su casa, su padre enfermo no podía trabajar. La necesidad lo llevó a la panadería; la crueldad de otros le cerró el camino de forma irreversible.
La reacción social no tardó: familiares, amigos y activistas marcharon hasta la Presidencia Municipal. La alcaldesa Betzabé Martínez Arango dio la cara, prometió acompañamiento del DIF, Salud y Jurídico, e incluso estableció contacto con la fiscal Sonia Yadira de la Garza para mantener comunicación con los padres. La indignación escaló a nivel nacional.
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Papayita: la tragedia en el trabajo
El 18 de septiembre de 2025, Torreón enfrentó otra herida. Carlos Gurrola Arguijo, “Papayita”, trabajador con discapacidad cognitiva, murió tras varios días de agonía luego de ingerir accidentalmente un desengrasante en la sucursal HEB Senderos, donde además era víctima de bullying laboral.
La Fiscalía estatal cerró filas ante la presión social —que incluso llegó a la mañanera de la presidenta Sheinbaum— y calificó el hecho como accidente. Sin embargo, familiares y ciudadanos cuestionaron la versión oficial y denunciaron negligencia. El enojo derivó en protestas frente a la tienda, pero la respuesta institucional en Torreón fue muy distinta a la de Gómez Palacio: en la Perla de la Laguna, solo se hicieron presentes autoridades de seguridad, más como protocolo que como acompañamiento real.
Ni el DIF, ni Desarrollo Social, ni ninguna otra dependencia municipal de atención comunitaria apareció en el ejido La Concha, de donde era originario Papayita. Esa ausencia pesa tanto como la tragedia: muestra que en Torreón las muertes se administran, no se atienden.
El paralelismo que duele
Chachito y Papayita representan dos caras del mismo abandono: la falta de prevención, protección y acompañamiento a quienes viven en la vulnerabilidad.
A Chachito lo mató la violencia disfrazada de juego.
A Papayita lo mató la negligencia disfrazada de accidente.
Ambos dejaron familias deshechas y comunidades indignadas que, en lugar de encontrar consuelo en sus instituciones, encontraron indiferencia. La sociedad lagunera respondió con marchas y protestas, porque ya entendió que el duelo colectivo es el único camino para exigir justicia.
