
Torreón: Soberbia con fecha de caducidad

Hay una delgada línea entre la soberbia y la torpeza, y el Ayuntamiento de Torreón la ha cruzado tantas veces que ya parece circuito de feria… con los frenos desconectados.
En reiteradas ocasiones hemos consignado —con gusto nada disimulado— el pésimo manejo de crisis que ha caracterizado al gobierno de Román Alberto Cepeda. Hoy, mientras el rumor del fin del cepedismo retumba como tambora en viernes de botana —esa a la que acuden varios de su gabinete—, sus allegados deberían actuar con sensatez. Pero no. En lugar de pensar, se alocan; en lugar de contener, confrontan; y en lugar de cuidar al jefe… lo exhiben.
Todo quedó evidenciado este jueves en Saltillo, durante un encuentro que prometía sinergia entre alcaldes, empresarios y el gobernador Manolo Jiménez, pero que terminó siendo un show de improvisación política con final vergonzoso. Mientras el edil lagunero se debatía entre aguantar preguntas incómodas o huir por la tangente, eligió lo segundo. Eso sí, no sin antes protagonizar un encontronazo innecesario con una reportera de Telesaltillo, del grupo Horizonte, echándole más carbón al brasero.
¿Mediación? ¿Control de daños? Olvídenlo. Sus ayudantes, disfrazados de guaruras comprados en Temu —de esos que más estorban que protegen— no aportaron ni en forma ni en fondo. Y eso que esta vez ni siquiera llevaron a los jefes de prensa. ¿Será que estaban en Gómez Palacio, aprovechando la ausencia del patrón? Mejor así, porque tampoco han servido de mucho. Basta recordar cuando, hace poco más de un año, una de ellas se atrevió a tocar a una corresponsal de Proceso tras una pregunta incómoda. Resultado: denuncias, notas nacionales… y cero lecciones aprendidas.
Y ni hablar de aquella rueda de prensa fallida, donde el alcalde —en su peor versión— mandó a «chingar a su madre» a los medios. Así, sin estrategia de contención, sin comunicación política… solo con visceralidad y censura. Censura disfrazada de operativos: como clausurar los espectaculares del medio que más ha documentado sus excesos.
¿De verdad pensaban que en Saltillo lo iban a recibir con flores? ¿Que le iban a preguntar por el clima o por la marca de pañales de su nuevo nieto?
Porque sí, mientras presume en redes sociales la llegada de su primer nieto varón, en vez de disfrutar su etapa de abuelo, el alcalde anda en reuniones cerradas planeando su sucesión política, como si aún pudiera controlar la narrativa.
De hecho, fue el único alcalde que se reunió en privado con el gobernador tras el evento del “Pacto Coahuila”. Pero no fue su único movimiento de la semana. También ha tenido encerronas con piezas clave del ajedrez tricolor, como el exalcalde Eduardo Olmos, quien ya entra a la Presidencia Municipal como Pedro por su casa: sin su inseparable asistente cubano, sin tocar puertas, directo al elevador privado.
Muy distinto al diputado Felipe González, que parece más activo en la presidencia de Torreón que en el Congreso. A ese ya hasta lo confunden con vendedor de ropa… en abonos.
El nerviosismo político se concentra en los resultados de este domingo electoral. A la mayoría de los torreonenses solo les importa una cosa: si Miguel Mery Ayup gana. Porque si lo hace, una nueva posición en el Poder Judicial podría abrirle paso directo al interinato en la alcaldía de Torreón.
Pero esa posibilidad no le agrada en lo más mínimo al todavía alcalde Román Alberto Cepeda… ni a su gente.
Porque en política, nada está dicho, pero los síntomas son evidentes. Si el alcalde piensa extender su proyecto a través de sus cercanos, más le vale controlar su arrogancia… y la de su equipo. Porque ni los pañales ni las selfies familiares alcanzan para tapar las filtraciones políticas.
Aquí hace falta piel dura y cabeza fría, no desesperación exprimida como si fuera el último aliento de una administración que ya huele a despedida.
La paciencia en política no es un lujo: es una inversión.
La tolerancia, en cambio, no debe confundirse con sumisión.
Porque cuando el poder se administra sin estrategia, sin contención y sin respeto, lo que queda no es liderazgo… sino soberbia con fecha de caducidad.