
Del servicio al sometimiento: la otra cara del DIF en La Laguna

Un director o directora del DIF no debería medirse por su apellido, su fortuna ni sus relaciones políticas, sino por su capacidad de escuchar sin humillar, acompañar sin protagonismo y resolver sin reflectores.
Porque el DIF no es una empresa ni un comité de gala: es la primera línea de contacto con quienes cargan los dolores más pesados de la sociedad —niños, adultos mayores, personas con discapacidad o familias en crisis—.
Y sin embargo, hay oficinas donde el miedo pesa más que la empatía.
Donde el personal llega temblando no por falta de compromiso, sino por temor a la reacción de su jefa.
Donde se exige evidencia fotográfica de cada acción, no para comprobar ayuda… sino obediencia.
En la Región Laguna, ese eco comienza a resonar con fuerza en torno a Lorena Safa, coordinadora regional del DIF, conocida entre su propio personal como “la Paris Hilton lagunera”, por aquello de tener que sonreír ante los más humildes frente a las cámaras, aunque detrás reine el maltrato.
Safa es señalada por su equipo por un estilo de mando autoritario, grosero y humillante.
Empleados relatan que obliga a trabajadores a improvisar discursos “en nombre del gobernador” aunque no tengan idea de qué decir, solo porque exige pruebas visuales de participación en eventos.
Recientemente un encargado de almacén fue enviado a representar al DIF y terminó arrojando su celular a la esposa del alcalde de Madero para que grabara el video que su jefa pedía como evidencia.
El problema no es anecdótico.Cuando una institución creada para proteger se convierte en un entorno de miedo, se rompe la esencia misma del servicio social. Un DIF que vive entre gritos y amenazas no puede hablar de bienestar familiar; un liderazgo que genera ansiedad no puede predicar empatía.
Lo más grave es que, según el personal, ya se han presentado quejas ante Alejandro Cepeda Valdés, director general del DIF Coahuila y primo del gobernador Manolo Jiménez Salinas.
Pero la percepción entre los trabajadores es clara: no pasará nada.
Temen represalias, porque Safa presume influencia política y económica, y se dice confiada en que su apellido y su cercanía con el poder bastan para blindarla.
Y no es el único caso.
En Torreón, también se respira un ambiente hostil.
Frente a las cámaras, todo son sonrisas; detrás, los gritos y la intolerancia marcan el ritmo.
Las “amas y dueñas” del sistema municipal han convertido el voluntariado en una prueba de obediencia.
Desde la primera temporada, la directora Marlene López también fue señalada por su falta de tacto y carácter autoritario, lo que generó malestar dentro del personal.
Sin embargo, con el paso del tiempo, moderó su actitud para conservar el puesto, consciente de que dependía de ese trabajo.
Hoy, los empleados aseguran que el control y la presión continúan, aunque con un tono más disfrazado.
El ejemplo más reciente fue durante la Feria de Torreón, donde empleados fueron obligados a cubrir jornadas extenuantes en los puestos de pollos del DIF: desde asar, servir y atender al público, hasta improvisar la salsa —“por no querer pagar la original”, según comentan algunos—.
Todo, sin considerar horarios, transporte ni compensaciones, y bajo la mirada de supervisores más atentos que las cámaras del C5.
“Gracias a Dios ya terminó”, comentan entre susurros.
Porque más que servicio, fue sometimiento.
Muchos aceptan esas condiciones por compromiso o vocación, pero la pregunta queda en el aire:
¿en qué momento la empatía se convirtió en subordinación?
¿Dónde quedó la humildad que se presume en los discursos?
La ironía es que, en los últimos años, el DIF se ha vuelto un trampolín político.
Un espacio donde algunos descubren que “la caridad da votos” y que la sonrisa en redes se puede capitalizar en diputaciones.
Pero quien maltrata a su equipo no puede hablar de bienestar familiar; quien necesita evidencias de su propio ego no entiende el sentido del servicio público.
Dirigir el DIF requiere inteligencia emocional, no solo gestión administrativa.
Requiere templanza, paciencia, vocación y humildad.
No se trata de quién grita más, sino de quién escucha mejor.
No de quién se cuelga la medalla, sino de quién levanta al que está en el suelo sin pedir aplausos.
El DIF, en su esencia, no debería tener miedo.
Y si los empleados tiemblan antes de hablar, entonces el problema no está en el sistema… sino en quien lo dirige.
