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Hay rumores que se esparcen más rápido que una gripa sin cubrebocas. En Torreón, el virus que circula entre cafés, chats y pasillos del poder no es una enfermedad cualquiera: se llama incertidumbre. Y el epicentro de ese brote tiene nombre y apellido: Román Alberto Cepeda González.
El alcalde fue visto visiblemente debilitado la semana pasada. No fue una percepción aislada ni un mal ángulo de cámara. Coincidentemente —o no—, se le retiró el control de la Policía Municipal tras una reunión a puerta cerrada con el gobernador Manolo Jiménez.
Aunque Román asegura estar “como nuevo”, el entorno cuenta otra historia. Hace tres semanas, al intentar acallar versiones sobre una enfermedad crónica, explotó con un insulto que rompió el silencio y las formas: “¡Chinguen a su madre!”, les dijo sonriendo. Un desahogo que recorrió hasta Saltillo de ida y vuelta, se volvió viral. Pero lo que pocos retuvieron de ese momento fue lo esencial: ahí mismo reconoció que, desde diciembre, tuvo un problema de salud.
¿Por qué ocultarlo? ¿Por orgullo, por estrategia o por miedo? Se sabe que intentó retrasar su toma de protesta, a diferencia de los demás alcaldes del estado. Sin embargo, desde Saltillo se le negó esa solicitud. El 1 de enero tuvo que rendir protesta ante el Cabildo, como todos los ediles de la entidad.
No se trata de invadir la privacidad ni de practicar medicina desde la banqueta. Pero hay una diferencia entre el respeto a la intimidad y la negación del deber. Porque cuando el cuerpo del presidente municipal tambalea, también tiembla la silla del poder. Y no por chisme: por ley.
El artículo 104 del Código Municipal de Coahuila lo establece con claridad: si un alcalde se ausenta más de 15 días, debe solicitar licencia al Congreso del Estado. Mientras tanto, un regidor asume el cargo. No es una sugerencia. Es obligación. Y el Reglamento Interior del Ayuntamiento de Torreón también lo respalda.
Si el alcalde está en funciones, se espera verlo con agenda pública activa, decisiones firmes y presencia clara. Si no, lo que está en juego no es solo su salud: es la estabilidad institucional.
Aquí es donde la transparencia se vuelve medicina democrática. La salud de una figura pública no es asunto privado cuando de ella dependen políticas, estrategias de seguridad y el rumbo de una ciudad. No hablamos de morbo, sino de certeza. De responsabilidad. Porque si hay vacío, debe llenarse con legalidad. Si hay silencio, debe hablarse con verdad.
Un Ayuntamiento que calla alimenta el runrún. Un alcalde que no aparece deja huecos que ni el mejor vocero puede llenar. En política, como en medicina, los silencios prolongados son síntomas… no soluciones.
Y como ciudadanos, tenemos derecho a preguntar sin ser etiquetados de insensibles. Preocuparnos por la salud del alcalde no es desear verlo en bata de hospital, sino evitar que su ausencia se traduzca en vacío de poder.
Hoy, ese vacío se siente. Román Cepeda parece estar más solo que nunca. Su equipo, lejos de mostrar cohesión, se fractura entre traiciones y ambiciones veladas:
Ariel Martínez, “jefe de Gabinete” —antes visto como mero adorno— ha dejado de ser decorativo. Hoy, sus propios compañeros lo señalan como “la oreja” del despacho estatal. Pepé Ganem, el secretario “en trámite”de Ayuntamiento, fue desaparecido en plena crisis de seguridad: no integró la comitiva de Cepeda y fue aislado sin explicaciones. Otros focos de fractura —o caballos de Troya— siguen latentes. ‘Lady Fayuca’, con vínculos que no ha logrado cortar con la administración riquelmista, es tolerada pero nunca plenamente confiada; prueba de ello es que se le asignó un tercer jefe. Yohan Uribe, el “fragmentado”, cambia de partido como de camisa: PRI, Morena… lo que convenga. Presume cercanía con operadores de Claudia Sheinbaum, como los Simón Vargas. El viernes pasado fue captado filtrando información a periodistas del Grupo Horizonte , apenas un día después de que el alcalde intentó intimidarlos mediante agentes de tránsito. Ironías del poder: el fuego amigo ya ni se disimula. Se repiten patrones: lo mismo hizo en su momento Gerardo Berlanga, quien, en sus días de priista, prefirió sacrificar a otros compañeros antes de caer él. Viejas tácticas, igual de cobardes. Muy de su perfil: pragmático, pero mezquino.
En vez de cosechar lealtades, Román ha sembrado sospechas. La silla que ocupa es hoy un trono frágil, sostenido por acuerdos rotos y lealtades de papel.
Desde este espacio entendemos lo que significa atravesar una crisis de salud. No hay fuerza más humana que aceptar la fragilidad del cuerpo. El derecho a la recuperación digna está por encima de cualquier cargo. Por eso, sin invadir ni suponer, le decimos al alcalde: piense en usted. En su familia. A veces, el acto más poderoso no es aferrarse a la silla… sino saber cuándo levantarse de ella.
Usted alcalde mismo presume en redes sociales que nada vale más que ver crecer a los nietos. Hágalo. Permítaselo. Porque el poder también enferma, y la dignidad, esa sí, no se delega.