Cuando el alcalde no puede, Torreón necesita respuestas. Su salud sí importa.

En política, muchas veces funciona demostrar lo que no es. Y en Torreón, los rumores vuelan más rápido que una gripa sin cubrebocas. La última tos en el aire es sobre la salud del alcalde Román Alberto Cepeda González, quien la semana pasada lucía visiblemente débil. No es para menos: tras una reunión privada con el gobernador Manolo Jiménez,

Una imagen debilitada

El alcalde fue visto visiblemente debilitado la semana pasada. No fue percepción aislada ni mal ángulo de cámara. Coincidentemente —o no—, días antes se le retiró el control de la Policía Municipal tras una reunión a puerta cerrada con:

  • Manolo Jiménez, gobernador de Coahuila
  • Óscar Pimentel, secretario de Gobierno
  • Federico Martínez Montañez, fiscal general del estado

Aunque Román Cepeda asegura estar “como nuevo”, el entorno cuenta otra historia. Hace tres semanas, al intentar acallar versiones sobre una enfermedad crónica, soltó un insulto que rompió las formas:
“¡Chinguen a su madre!”, dijo entre sonrisas.

Ese desahogo se volvió viral. Pero lo esencial pasó desapercibido: reconoció que desde diciembre tuvo un problema de salud.

¿Por qué ocultarlo?

¿Orgullo, estrategia o miedo?
Se sabe que intentó retrasar su toma de protesta, a diferencia del resto de los alcaldes. Desde Saltillo, la respuesta fue un no rotundo: el 1 de enero tuvo que rendir protesta ante el Cabildo.

Este no es un reclamo al derecho a la privacidad, sino un recordatorio: cuando el cuerpo del alcalde tambalea, también tiembla la silla del poder.

Y no por chisme: por ley.

Artículo 104 del Código Municipal de Coahuila:
Si un alcalde se ausenta más de 15 días, debe solicitar licencia al Congreso del Estado.
Mientras tanto, un regidor asume el cargo. No es opcional.

El Reglamento Interior del Ayuntamiento de Torreón también lo respalda.

Si el alcalde está en funciones, se le espera activo, visible, tomando decisiones. Si no, lo que está en juego no es solo su salud: es la estabilidad institucional.

Aquí es donde la transparencia se vuelve medicina democrática.
Porque si hay vacío, debe llenarse con legalidad.
Y si hay silencio, debe hablarse con verdad.

En política, como en medicina, los silencios prolongados son síntomas, no soluciones.

Fracturas internas

Hoy, Román Cepeda parece estar más solo que nunca, rodeado por un equipo que se fractura entre traiciones y ambiciones veladas. Ariel Martínez, el “jefe de Gabinete” antes decorativo, ahora es señalado como “la oreja” del despacho estatal; Pepé Ganem, secretario “en trámite”, simplemente desapareció en plena crisis de seguridad; “Lady Fayuca”, con vínculos riquelmistas que no ha logrado cortar, es tolerada pero no confiada, tanto que se le asignó un tercer jefe; y Yohan Uribe, el “fragmentado”, cambia de partido como de camisa —PRI, Morena… lo que convenga— mientras presume cercanía con Simón Vargas, operador de Claudia Sheinbaum, y fue captado filtrando información a Horizonte Medio, apenas un día después de que el alcalde intentara intimidar al medio mediante agentes de tránsito. El fuego amigo ya ni se disimula. Se repite el patrón de Gerardo Berlanga: sacrificar a otros para salvarse. Pragmático, pero mezquino.

¿Y ahora qué?


En vez de cosechar lealtades, Román Cepeda ha sembrado sospechas. La silla que ocupa hoy se sostiene sobre acuerdos rotos y lealtades de papel, en un entorno donde la confianza se ha erosionado y el respaldo político se diluye entre intrigas, ausencias y maniobras internas. Su liderazgo, antes sólido, hoy tambalea entre el desgaste físico y el aislamiento estratégico.

Desde este espacio comprendemos lo que significa atravesar una crisis de salud. Aceptar la fragilidad del cuerpo no es señal de debilidad, sino un acto profundo de fuerza y dignidad. Por eso, sin invadir ni suponer, le decimos al alcalde: piense en usted, en su familia. A veces, el gesto más valiente no es aferrarse al poder, sino saber cuándo soltarlo. Usted mismo lo presume en redes sociales: “Nada vale más que ver crecer a los nietos.” Hágalo. Permítaselo. Porque el poder también enferma, y la dignidad, esa sí, no se delega.

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