Conciliar por Torreón: el precio de la paz política

Conciliar no es palabra ligera. En Torreón significa sentarse en una mesa donde las copas de vino se llenan de sospecha y los cuchillos se clavan en la espalda. La política lagunera siempre ha sido un concilio interminable: sínodos de caudillos que prometen unidad mientras preparan el cisma. Basta recordar el “amor-odio” de 2006 entre el gobernador priista Humberto Moreira y el alcalde panista José Ángel Pérez: alianza que terminó como herejía, con excomunión política incluida

Hoy la liturgia se repite dentro de la misma iglesia priista, aunque en distintas sacristías. El alcalde Román Alberto Cepeda y el gobernador Manolo Jiménez sellaron un acuerdo pragmático, no fraterno: estabilidad política a cambio de obediencia administrativa; inversión a cambio de disciplina.

El reacomodo en la Secretaría del Ayuntamiento y la Tesorería fue la fumata blanca que confirmó lo obvio: Torreón quedó bajo autoridad del Palacio Rosa. Según documentó Zócalo, más de mil millones de pesos en obras funcionan hoy como indulgencias modernas, precio de la paz política. El mensaje fue claro: Cepeda cedió. Cedió seguridad entregando la Policía a Alfredo Flores Origel; cedió gobernabilidad cediendo la Secretaría a Eduardo Olmos Castro y la Tesorería a Javier Lechuga. La cereza fue colocar como contralor a Óscar Luján, hombre de Román. La Plaza Mayor quedó reducida a simple diócesis.

Eduardo Olmos Castro entra como secretario del Ayuntamiento en papel de cardenal designado, maestro de ceremonias del concilio vaticano lagunero. Su función: organizar el coro, disciplinar a los coristas y evitar que el rezo político desafine. No solo moverá oficios, moverá equilibrios. Para unos es mediador indispensable; para otros, delegado papal que confirma que el dogma se dicta desde Saltillo.

Como en los concilios antiguos, las decisiones se toman a puerta cerrada. La ciudadanía es fiel de segunda fila: escucha la homilía, pero no vota el dogma. Conciliar, en su sentido real, significaría resolver drenajes colapsados, banquetas intransitables y servicios públicos que parecen penitencias. Pero la misa mayor se concentra en blindar la plaza frente a Morena.

La narrativa del “orden” que Olmos predica se traduce en control electoral. Lo que hoy se presenta como desarrollo social es catecismo político: fortalecer la fe priista, asegurar diputaciones locales en 2026 para el Congreso que acompañará los últimos tres años de Manolo, y preparar la antesala de la disputa por Torreón en 2027. Quien no se alinee, será excomulgado.

En la historia política de Coahuila, los concilios nunca fueron eternos. Lo que antes fueron pleitos de familia, hoy son pactos de conveniencia. Si este Vaticano lagunero garantiza obras, inversión y paz institucional, bienvenido. Pero si se queda en ritual de humo blanco y aplausos de obispos obedientes, la ciudadanía solo verá incienso mientras las goteras siguen cayendo en sus casas.

La verdadera homilía sería recordar que la política debe conciliar pueblos, no solo tronos. Porque si se confunde unidad con obediencia, lo que hoy se celebra como concilio, mañana puede convertirse en inquisición.

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